El comedor de hachís – Vida y obra de Fitz Hugh Ludlow (V)
J. C. Ruiz Franco
Libro sobre
el comedor de hachís
Todas las entregas sobre Ludlow:
Ludlow
siempre habló de hachís, pero en realidad tomaba un extracto sólido de
Cannabis indica que era unas dos veces más potente que la resina
cruda y diez veces más potente que la marihuana. La cantidad que solía
ingerir equivalía a unos seis o siete cigarrillos o porros de marihuana,
y además, como bien sabemos, por vía oral produce efectos más fuertes.
Fitz Hugh
se aficionó demasiado al hachís y desarrolló dependencia. Parecía estar
siempre bajo la influencia de la droga, y los últimos meses de esta
etapa de su vida los pasó inmerso en un sueño cannábico ininterrumpido.
Siguió con sus experimentos hasta sumergirse en un estado de embriaguez
prácticamente continua, añadiendo una administración de la droga a la
anterior, sin esperar a que cesaran los efectos de la primera.
Desde el
principio sabía que la intensidad dependía de la cantidad de droga
ingerida. Pero, después de un tiempo de uso continuado, se dio cuenta de
que no necesitaba incrementar la dosis, sino que sucedía todo lo
contrario, lo que en la actualidad se conoce como “tolerancia inversa”.
Hay varias explicaciones para este fenómeno. Una es que el consumo
repetido puede generar una reducción de las inhibiciones emocionales y
una facilitación del reconocimiento consciente de los efectos
subjetivos. Otra es que puede haber una sensibilización farmacológica
hacia la droga, con un aumento de la sensibilidad de los receptores
neuronales tras las primeras dosis y/o un incremento de la conversión
metabólica del THC en sustancias más activas para el organismo.
Lo que
comenzó como una serie de experimentos se había convertido en un hábito
que le beneficiaba en lo que a su imaginación literaria se refiere, pero
llegó un momento en que se dio cuenta de que le resultaba difícil
controlar ese hábito. La necesidad constante de tomar hachís y la
creciente frecuencia de las malas experiencias (malos viajes) le
hicieron decidirse a abandonar la sustancia porque ya consideraba
mayores los efectos negativos que los positivos. Fue entonces
cuando reconoció que su relación con el hachís se había convertido en
enfermiza: “Ahora la droga, pese a toda
su revelación de misterios interiores, su belleza sobrenatural y
sublimidad, me parece la planta del mismísimo infierno, la hierba de la
locura”
Intentó dejarlo, en unas ocasiones por
completo y en otras reduciendo la cantidad gradualmente, pero no tuvo
éxito. Bajó la dosis a la mitad durante varias semanas, pero no pudo
mantenerse en esa línea: “Durante varias semanas hice un uso moderado
del hachís, algunas veces reduciendo las dosis y luego volviendo a la
cantidad máxima que me producía el efecto deseado, pero nunca
sobrepasándola. Como la disminución proseguía a un ritmo tolerable
aunque lento, me congratulé por avanzar hacia la final y perfecta
emancipación. Pero el progreso no era tan fácil como yo me había
figurado (…) Ahora empezaba a descubrir que el abandono gradual era casi
tan difícil como el instantáneo (…) Consumir una dosis muy pequeña
suponía tener que volver a una dosis mayor, e incluso en esas
circunstancias mi mente se rebelaba contra las restricciones. Aunque no
se producía ningún sufrimiento por una laxitud intelectual absoluta, de
vez en cuando aparecía un deseo más o menos intenso de oír la música y
las fantasías que antes me proporcionaba el hachís (…) Sin embargo,
luché con vigor contra la tentación de tomar una dosis mayor, y esperé
contra toda esperanza que llegara un momento en que el peligroso hechizo
pudiera romperse definitivamente”.
Sentía un intenso deseo (craving)
por volver a tomar hachís, además de la aparición espontánea de las
sensaciones de los malos viajes, una depresión psíquica con aversión al
simple hecho de hablar o hacer cualquier cosa, miedos infundados e ideas
suicidas. Su descripción coincide en gran parte con lo que sabemos en la
actualidad sobre la ausencia de síntomas físicos.
En esa difícil situación se encontraba
cuando un día, mientras visitaba la librería de su ciudad, vio el
ejemplar mensual de Putnam’s Monthly Magazine y se sorprendió al
comprobar que contenía un artículo titulado “El comedor de hachís”, de
autor anónimo: “Una mañana, después de haber tomado mi dosis habitual
sin aún sentir los efectos, me dirigí a una librería para comprar el
último número de Putnam Magazine. Al hojearla sobre el mostrador,
el primer artículo que vi se titulaba “El comedor de hachís”. Nadie,
excepto un hombre en mis circunstancias, puede apreciar el intenso
interés que tuve al ver aquellas palabras (…) Yo pensaba que era el
único comedor de hachís de este lado del océano; esta idea de completo
aislamiento había sido una constante en muchas de mis pesadillas (…)
Eché un vistazo al texto y descubrí que era un relato de sufrimientos
(…) Leí y releí cada línea, y descubrí tan sorprendentes analogías con
mi propia experiencia que rompí a sudar (…) Él había abandonado el
hachís para siempre”.
El autor describía visiones similares a
las de nuestro amigo, y contaba que, después de un tiempo de consumo,
consiguió dejar el hachís. Eso fue lo que atrajo a Ludlow, así que
escribió a los editores de la revista para saber la identidad del autor:
“No conocía al autor de ese artículo (…) Podía entenderme como ningún
otro hombre sobre la tierra podía hacerlo. Podía aconsejarme como ningún
otro podía hacerlo (…) Mi siguiente paso fue descubrir al autor del
artículo de Putnam. Lo conseguí gracias a sus directores. Después
escribí al autor. Pedí consejo sobre la mejor manera de suavizar el
sendero de mi evasión (…) Pasó poco tiempo antes de que recibiera
respuesta a mis preguntas”.
Era Bayard Taylor, de quien ya hemos
hablado en la entrega anterior. No se conserva la respuesta de éste a
Ludlow, pero sí sabemos que supuso un rayo de esperanza. La carta
contenía comentarios que le fueron útiles. Además, la relación literaria
que establecieron le resultó muy beneficiosa.
(Continuará)
Novedades editoriales
©Juan
Carlos Ruiz Franco 2012
Contacto
|