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¿Por qué
"drogas inteligentes"?
A
algunos lectores les puede resultar extraño que utilicemos la expresión
"drogas inteligentes", sobre todo porque la palabra "droga"
tiene mala fama en nuestra sociedad, en esta época que vivimos. Los motivos
de nuestra decisión son
tres:
1. Siguiendo la definición clásica, "droga" se refiere a cualquier
sustancia que no es asimilada por el organismo cuando la ingerimos -lo
que sí ocurre con los alimentos, que sirven para aportar energía,
construir tejidos, etc-, sino que produce alguna modificación en él y
es después eliminada sin asimilarse. El diccionario de la Real Academia
Española apoya esta tesis:
Droga:
1. f. Nombre genérico de ciertas
sustancias minerales, vegetales o animales, que se emplean en la
medicina, en la industria o en las bellas artes.
2. Sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante,
deprimente, narcótico o alucinógeno.
3. Medicamento.
2. Los
pioneros en el uso de vitaminas y suplementos para potenciar el
rendimiento intelectual emplearon la expresión inglesa "smart drugs", cuya
traducción en castellano es "drogas inteligentes". No parece
lógico tener
que inventar otra denominación para estas sustancias a causa de esa paranoia pública hacia las
"drogas", creada por ciertos
sectores a los que beneficia claramente, o porque ellos mismos la hayan
convertido -interesadamente- en una palabra tabú.
3.
Utilizamos muy a propósito la expresión citada
con el fin de reivindicar el sentido real de la palabra "droga" y contribuir a
terminar con la manipulación y la distorsión del lenguaje (originadas por
intereses socioeconómicos), evidentes también en otros muchos vocablos
("utopía", "idealista", "cínico", "comunista",
"fascista"...) cuyo significado habitual poco tiene que ver con el
real. No olvidemos que uno de los mejores métodos de manipulación
consiste en jugar con la ambigüedad terminológica y dar al lenguaje el sentido
que mejor convenga.
El significado verdadero de
"droga", el que defendemos, es reflejo de la realidad ya que no existe droga buena ni
mala, sino un uso bueno o malo de ella. Lo que se utiliza para curar puede
también ser un veneno -dependiendo del empleo, condicionado por la
información veraz que se posea-; de la misma forma que un cuchillo puede
utilizarse para cortar la comida o para agredir, y, sin embargo, no se
prohíbe la venta de estos útiles instrumentos cortantes.
Si
alguien, al considerarse
decente, "normal"
y de
"buena familia",
se asusta
o escandaliza al oír hablar acerca de
los graves daños que produce el
consumo de drogas
o sobre la red de tráfico de estupefacientes
desarticulada ayer mismo, debe saber que -aunque se considere tan buen
ciudadano, tan moral, tan normal, tan decente-
también
se droga.
Nos drogamos todos,
si nos atenemos al sentido correcto
del término y dejamos a un lado la adulteración interesada del
lenguaje,
porque tomamos
analgésicos, antibióticos, anticonceptivos y psicofármacos.
El
uso de drogas es parte de nuestra vida, y sin ellas no habríamos
sobrevivido como especie. Por último, que unas drogas sean lícitas y
otras ilícitas no depende de su bondad o maldad, ni tampoco de su
potencia ni de su capacidad de generar adicción, sino de la voluntad de
los legisladores, que a su vez está influida por intereses
socioeconómicos, por el entorno cultural y por el sempiterno deseo
estatal de ejercer control sobre la ciudadanía.
Aquí
puede leer más sobre la pantomima de las campañas anti-droga.
Por
tanto, nuestra elección de la expresión "drogas inteligentes" no sólo es
adecuada -sin hacer caso de
prejuicios y tabúes-, sino también una defensa de un término
denostado injustificadamente, y -pasando del mundo del lenguaje al real-
la reivindicación del derecho de toda persona a consumir lo que le
plazca, en un entorno de información veraz -para conocer lo positivo y
lo negativo de lo que la naturaleza y la química nos ofrecen-, siempre
que no interfiera en la vida de los demás.

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